El vuelo y las alas de Ícaro

by - junio 24, 2019

Como hijo de un arquitecto y una esclava, Ícaro comenzó su existencia por la vía difícil. No podía salir de Creta y tampoco su padre Dédalo, creador del célebre laberinto cretense. Los retenía Minos, rey de aquella isla y quien hizo construir el laberinto que contenía al Minotauro. Como vemos, al rey le gustaba el secuestro.


Dédalo, un arquitecto de tan gran talento, no se quedó de brazos cruzados y ante el impedimento de salir por tierra o mar optó por crear un medio alternativo que les permitiera el escape aéreo. Con plumas y cera diseñó un arnés que podía elevarlos lo suficiente para lograr la huida. Sin embargo, advirtió a su hijo que no volara demasiado bajo ni demasiado alto.

Acaso por la emoción del escape, acaso por asomarse a la belleza de una bóveda celeste que parecía al alcance de la mano y cercano a la felicidad, Ícaro voló muy alto y cerca del Sol, cuyos rayos derritieron la cera, desarmando sus alas y haciendo que cayera al mar. Ícaro no pudo sobrevivir pero sí Dédalo, que llegó sano y salvo a Sicilia.

La moraleja habitual de esta historia es que Ícaro quemó sus alas, perdiendo la vida, por volar más alto de lo que debía y que debemos mantener nuestras metas dentro del terreno de lo posible, nuestras aspiraciones en el patio. ¿Tenían un techo sus alas o sus sueños? ¿podemos, en forma razonable, volar bajo incluso cuando la felicidad parece estar cerca, abrasadora, asfixiante y brutalmente cerca?

No sé cuáles serán sus respuestas a estas preguntas. Poco puedo ayudarlos a pensar ahora que estoy sin alas, hundiéndome...

Imagen: La caída de Ícaro, de Jacob Peeter Gowy, Museo del Prado (España)

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