Reflexiones desde la orilla I
¿Entoncés está ahí? No puedo creer que sea cierto. No pretendo contrariarte pero es difícil pensar que está tan cerca, apenas cruzando el río. No es posible.
F. estaba como cada tarde de verano, sin preocupaciones, lanzando piedritas al río. Le gustaba la soledad para contemplar las olas de ese río marrón, los pájaros que interrumpían cualquier reflexión, la brisa que en un movimiento brusco sería viento.
Aquella primera tarde era como tantas otras. Sin embargo esta vez notó una presencia, la presintió a decir verdad porque no había nadie allí. Hasta que, acaso una hora más tarde, apareció alguien. Que otra persona estuviera en la zona inquietaba a F. porque alteraba esa situación cómoda y placentera de la que disfrutaba cada tarde. No había temor pero sí algo de recelo.
Guarecido a la sombra de un árbol, se quedó observando y durante mucho tiempo no sucedió nada. Fue tras un par de horas al menos que la otra persona se acercó. No cabían dudas, estaba dirigiéndose hacia F. con ignoradas intenciones. A pocos metros se detuvo y dijo:
- ¡Qué calor! ¿Podría compartir algo de sombra?
¿Compartir algo de sombra? ¿qué tipo de pregunta era esa? Había otros árboles, ¿por qué no se iba a buscar sombra en algún otro? No terminó de preguntarse estas cuestiones que ya estaban sentados ambos a la sombra, la misma sombra.
- No es casual que esté aquí. Vine en aquél bote que puede verse amarrado al muelle. Fíjese, está allá. Vengo desde la otra orilla.
¿Por qué me cuenta estas cosas? ¿no es casual que esté aquí? Sólo aumentó la inquietud de F. que hablo con voz tranquila.
- Lindo bote el suyo. Nunca estuve del otro lado, ¿es como acá?
Una carcajada sorprendió a F., que frunció el seño sin entender.
- ¿Usted no sabe quién soy, cierto?
Continuará...
0 comentarios