Historia de quien cree tenerlo todo

by - junio 27, 2019

Salvo por la molestia que sintió al despertarse, algo ligero además, la vida de P. lo tenía todo. No había preocupaciones que atormentaran su vida desde ningún punto de vista, ni siquiera el económico. Solía levantarse de la cama y salir al amplio balcón con vista al mar, posar la mirada en el horizonte y contemplar en silencio el espectáculo de las olas, de los pájaros a lo lejos o de algún barco aventurero.


La sensación no fue de dolor, al menos no se asemejaba a ningún tipo de dolor conocido, era como un cambio de ritmo repentino y delicado en el latido de su corazón. No en todos los latidos sino en alguno, de forma irregular, una sensación pasajera que pronto volvía a la normalidad.

Su desayuno era generoso de frutas y otros alimentos pero esta vez apenas tuvo ganas de beber el jugo y morder la manzana. Algo lo llevó a mirarse al espejo.

Estaba justo delante de su cara pero no pudo verlo. Examinó su semblante hasta mirar detalles ridículos pero no logró verlo. Se dió ánimos y seleccionó la ropa adecuada para una mañana fresca.

Sus pasos lo llevaron en un camino sin rumbo, una urgencia desconocida lo motivó a caminar más de lo habitual, saliendo del recorrido con parada en el puesto artesanal de la feria. Hoy necesitaba caminar más, sentir el viento en su rostro y el aire ingresando en sus pulmones, sentía que le faltaba un poco de aire pese a no hacer ejercicio. Su paso era regular y firme, un tanto más veloz que los otros transeúntes pero sin prisa, sin obligación de llegar a ninguna parte.

Se detuvo casi a la entrada de un mirador, una loma con asientos que permitía ver hacia la avenida principal y hacia el mar, dependiendo de la ubicación. Nunca había estado allí pero algo le resultó familiar.

Otra vez la molestia en el pecho. Pensó en visitar al médico aunque no sentía dolor. Llamaría a su asistente M. para que postergara su agenda, que no tenía nada importante que requiriera su atención inmediata, pero algo lo impulsó a ir en persona a comunicarle a M. su deseo. Quizás también podría solicitar el turno con el médico.

Estaba entre sorprendido, ya que su salud no lo había golpeado nunca, y aturdido por no entender muy bien qué era eso que lo molestaba, entre idas y vueltas, incomodando la tranquilidad de sus días. No temía, porque ni siquiera lo contemplaba, que fuera grave, era jóven y la muerte no era algo de qué preocuparse. Siempre era mejor prevenir pero más importante era conocer de qué se trataba todo esto. Podría hacer su vida sin que nadie notase su molestia, no era ese el problema. La complejidad era que él sentía algo inexplicable.

El trayecto hasta su oficina era de apenas unas cuadras. Con sus primeros pasos comenzó a notar que la molestia extendía su duración en el tiempo aunque no empeoraba su intensidad. No le dolía, sólo lo molestaba durante más tiempo. Y más aún con cada paso. Se detuvo pero nada cambió.

Controló su temperatura, descartando fiebre y tampoco había rastros de sudor. Caminó más lento intentando bajar su ritmo cardíaco pero no funcionó. Decidido a terminar con esta extraña situación aceleró el paso y hasta corrió los últimos metros hasta llegar a la puerta del edificio donde tenía su oficina. Se peinó, acomodó sus ropas e ingresó al hall disimulando, mirando hacia todas partes porque la molestia persistía, terca e intensa en su pecho.

Llamó al ascensor, impaciente, subió casi de un salto y presionó con nervios temblorosos el botón del segundo piso. Nunca le había parecido tan lento el viaje ni tan alto ese segundo piso. Al abrirse la puerta bajó intentando mantener la calma y la compostura, se acercó al espejo del pasillo y pudo verlo. Ahora sí, se preguntó cómo había sido posible no verlo a la mañana, después del desayuno.
Ahora sí, sus latidos eran más intensos, más fuertes y cortos, con esa sensación de que el corazón quería salirse del pecho. Pero más que preguntarse por el motivo de todo esto, tan repentino, sus dudas se convirtieron en una sola pregunta: ¿será posible...?

Entró a la oficina abriendo la puerta con fuerza desmedida, todo su cuerpo comenzaba a colapsar y sin sentido de tiempo y espacio buscó a M., que estaba en su escritorio.

M. levantó la mirada y cuando se cruzaron sus ojos con los de P. el corazón agitado recuperó su ritmo normal, alejando cualquier síntoma de colapso. Y entonces P. que creía tenerlo todo finalmente tuvo el motivo de esa extraña sensación en el pecho, de ese corazón con ritmo molesto.

You May Also Like

0 comentarios